7/3/13

Abducida por el móvil


Jueves, 07.50 h de la mañana. Suena el despertador. Abro lenta y desidiosamente los ojos mientras mi mano se desplaza en busca de mi móvil. Le encuentro y una vez en mis manos apago el despertador.
Desbloqueo el aparato, y abro, como de costumbre, el whatsApp. Contesto a algún que otro mensaje, doy un buenos días y lo cierro para actualizar twitter y facebook. Una vez cumplida esta rutina, me desperezo y me levanto.

Todos los días se repite lo mismo. Me ducho, me arreglo, me preparo el café, desayuno... Todo esto, eso sí, acompañado de mi móvil.
A lo largo del día nunca me separo de él. Somos fieles amigos con alguna excepción, como cuando se apaga inesperadamente o incluso cuando alguien no contesta a un mensaje.

En clase, oculto el móvil bajo la mesa echándole una mirada entre diapositiva y diapositiva. Es una buena vía de escape ante las clases teóricas y aburridas.
Una vez acabadas las clases, en descansos o con los amigos, sigo apegada a mi móvil, no perdiendo oportunidad de echarle una ojeada cuando los demás no miran, o incluso, descaradamente leyendo o escribiendo mientras alguien se dirige hacia mí.

Hoy, justamente hoy, aparto por un momento mi móvil y me doy cuenta de la gran dependencia que tengo hacia ese simple aparato, aquel que debe conocerme más que mi familia y amigos, más incluso que yo misma.
En él están guardadas mis fotos, mi música, mi agenda, e incluso mis conversaciones más íntimas. Es responsable de cantidad de malentendidos y discusiones, de tiempo perdido, de bajas notas en los estudios...
Podríamos decir que él es el culpable de nuestra adicción, pero estaríamos equivocados, somos nosotros los únicos responsables de lo que pasa. La solución no es renunciar al móvil ni a sus aplicaciones, sino ser conscientes y críticos de las limitaciones que tiene pasar las 24 horas del día apegado al móvil.

Un poco de reflexión, de pensamiento crítico y de análisis de la de la sociedad bastaría para poder alcanzar la consciencia de hasta qué punto las nuevas tecnologías son dueñas de nosotros.


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